A otros corresponderá hacer la ponderación de Rodolfo como intelectual y su larga trayectoria en la defensa de la doctrina cristiana. Sé que sin dudas despedimos a una de las pocas espadas que le quedan a la Iglesia Católica en su batalla contra el embate progresista.
Pero muy otro es hoy el rumbo de mis pensamientos, cuando la imagen de Rodolfo me devuelve a un tiempo de radiantes soles y vigorosas intenciones. Él pertenece a esos recuerdos de mi juventud en la casa paterna, donde lo mejor de aquel tiempo pasaba por ella, en busca más que del consejo y la docencia, de la amena conversación afilada y bien regada de mendocinos vinos.
Donde la recia doctrina católica era el centro de una fiesta familiar que se celebraba en la sencillez de un hogar cristiano sin aspavientos piadosos, pero donde serenamente se acumulaban las razones maduras que enfrentarían tiempos de borrasca para la Barca de Pedro. Tormentas que no tardaron en llegar, ya sin sorpresa para nosotros, pero que han ido agriando la vida de aquellos resistentes, como endurece al soldado el curso de una larga lucha ya desprovista de pífanos y tambores y que se libra en una despoblada trinchera. Donde el alma aunque segura, se nubla de contenidas lágrimas por las ausencias y desfallecimientos de los camaradas.
Contra todo pronóstico, resultaba Rodolfo imposibilitado para la desesperación. Aquella permanente actitud de enfrentar todo con buena disposición y una sonrisa contagiosa, nada tenía de las modernas farsas psicológicas del optimismo voluntarista y marquetinero. Su alegría, pase lo que pase, surgía espontánea del encuentro con quienes sinceramente amaba con ternura singular. He querido buscar la palabra que lo define, pero como ocurre en el orden práctico, en que es la efectiva realización del acto el que define el concepto por encarnación en su modelo, Rodolfo daba sentido real y profundo al remanido concepto de la “cordialidad”. Esta palabra se hacía carne en él, porque realmente era su corazón el que llegaba a uno en la primera aproximación, aún casual, de su persona. Creo que como muchos, siempre me he visto sorprendido al encontrarlo, de provocar en alguien una reacción de verdadera ternura, de saberlo con certeza feliz y en parte emocionado de verme. Sentimiento renovado en cada encuentro, no importa el poco o mucho tiempo transcurrido.
Rodolfo hacía bien al verlo y abrazarlo. Rodolfo era por definición un tipo al que daba gusto recibir. Y debo confesar en mi egoismo que no por él. Por mi mismo. Porque me hacía saber capaz de provocar ese estado de nobles sentimientos.
Hombre de corazón, no sólo proclamaba de Cristo su doctrina, sino que en humilde analogado promovía en el otro una experiencia en forma de chispa de lo que pudiera ser el amor que guarda el Sagrado Corazón. No hay para el hombre gratificación más grande que saberse amado, que sentir que tu sola existencia agrada el corazón de alguien., que lo mueve a una viril ternura.
Todos quienes lo conocimos sabemos que sus oscuras horas fueron para su soledad y que nos dio a nosotros lo mejor que tuvo. Ejemplo de amistad cristiana que sólo tiene para el amigo la presencia edificante y guarda para si la noche de sus penumbras.
Lo que diste te será devuelto al ciento por ciento. No te hago en una coorte de académicos aún si así lo merecieras, espero te concedan el consuelo de esta vida pasajera en estrecho abrazo de la Madre, para gozar de la ternura calurosa de su pecho y curar de un soplo de dulzura tus soledades para mi desconocidas.
Que una vez más seas bien recibido.
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